El punto de vista de un estudiante DACA de BYU

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Por Perla Escobar

Traducido por Cody Harrison y revisado por Octavio Contreras

Perla Escobar, right, stands with her sister Brandy at her graduation on April 18, 2019. Perla graduated with her bachelor’s in translation. (Perla Escobar)

Read in English: A DACA student’s point of view from BYU

Nota de editor: Perla Escobar es una estudiante de DACA y es de Tamaulipas, México. Ella vino a los Estados Unidos cuando tenía casi 10 años. Ella se graduó de BYU con una licenciatura en traducción en el 2019 y ahora está trabajando para obtener su maestría en Lingüística Hispana. 

Los ‘soñadores’ ya pueden seguir soñando, trabajando, estudiando y contribuyendo a esta sociedad porque nuestros derechos legales para permanecer en este país todavía están protegidos y apoyados por la Corte Suprema de los Estados Unidos.

Tenemos un sueño de vivir en una nación donde no nos juzgan por no tener un certificado de nacimiento de los Estados Unidos, pero por nuestro carácter. Al ir más allá que una resolución temporal que abre las puertas para que nos quedemos y lleguemos a ser ciudadanos legales de los Estados Unidos, podemos trabajar juntos para realmente convertirnos en una nación de libertad, justicia e igualdad que todo imaginamos ser. 

Como algunos (o muchos) de los estudiantes de la minoría, especialmente ellos que son el primer estudiante de la universidad en sus familias, ha habido muchos momentos amargos que me han enseñado sobre las diferencias raciales, económicas, y de antecedentes. 

Antes de mudarme a Provo, no tuve la oportunidad de hacer un recorrido por el campus. De hecho, dos años antes de venir a Provo para comenzar la escuela, no hubiera tenido el privilegio de volar por acá si el presidente Barack Obama no hubiera aprobado DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia). 

Escena Retrospectiva: Una pared en education 

Durante mi primer año en la preparatoria, mi papá me empezó a hablar seriamente de la universidad. Por mi papá, conocí de BYU. Él no estaba familiarizado con el proceso de aplicar a una universidad, pero sabía que BYU era una buena opción. Me dijo que si fuera posible que estudiara allí, haría todo lo posible para apoyarme. Por esta razón dedique mi tiempo a actividades que aumentarían mis probabilidad de ir a la universidad. 

A veces me pregunto cómo pude navegar el sistema escolar de los Estados Unidos – clases avanzadas, muchas actividades extraescolares, todos los trabajos de la preparatoria que son digno de un currículum vitae – sin saber de acción afirmativa o la brecha de logros hasta que llegué a Provo. Mis compañeros eran buenos ejemplos para mi. Ellos hablaban de los promedios generales de calificaciones, las clases avanzadas del próximo año y recibir un asociado cuando terminara la preparatoria. 

Mis papás me enseñaron que la mejor manera para garantizar que la universidad me acepte, y quizás darme una beca, sería estudiar mucho y tener fe que Dios me proporcionaría todo después de hacer todo lo que pudiera. Además, lo que le hizo más probable que pudiera asistir a la universidad fue la creación de DACA durante la presidencia de Obama en junio de 2012. 

Debajo del programa de DACA, personas como yo, que fueron traídos a los Estados Unidos como niños, podrían evitar la deportación por el momento y les darían un permiso de trabajo por dos años que se podría renovar. Pero el programa no proporcionaba una manera para obtener ciudadanía.

Cuando aprobaron el programa, mis papás encontraron un abogado rápido para comenzar con el papeleo. Dentro de algunos meses, pude trabajar y estudiar legalmente. DACA permitió a mi, y a muchos más, a comenzar a poner nuestros sueños en acción. 

Cuando comenzó mi último año de la preparatoria, había anuncios de FAFSA por todos lados. Me di cuenta, al comenzar con las aplicaciones de la universidad, que aunque era legal, no era elegible para recibir ayuda financiera del gobierno. Mi papá me había dicho varias veces que me ayudaría a pagar la universidad, pero sabía que iba ser difícil pagar los gastos de una educación universitaria por cuatro años. 

Sin saber mi estatus, algunos consejeros y maestros me hablaban de becas que podría recibir. No me acuerdo bien como supe de unas becas locales que no preguntaban por mi estatus legal, pero aplique a todas. Gracias a algunos generosos donadores, conseguí el dinero para comenzar una meta familiar: asistir a la universidad. A mediados de junio de 2014, subí un avión por primera vez para mudarme a Provo. 

Lo inesperado: El shock cultural 

Al caminar por el campus la primera vez me llene de alegría y esperanza para comenzar a construir un futuro bueno por el cual mis papas han trabajado tan duro. Estaba emocionada por comenzar la experiencia de asistir la universidad. Sin embargo, desde que llegué a Provo, he notado muchas diferencias culturales. Por ser estudiante latina, recipiente de DACA, y la primera generación en asistir a la universidad en mi familia, no me adapté bien a BYU porque mi inglés no era “perfecto” y mis papas no se graduaron de BYU. 

Una de las primeras experiencias que me mostró esas diferencias fue al saber que los padres de los estudiantes de BYU normalmente dejan a sus hijos en la escuela. Cuando llegué al aeropuerto de Salt Lake City, tres amigos quienes sirvieron sus misiones en McAllen, Texas, me recogieron y me ayudaron a acomodar mis cosas en mi departamento. Sin su ayuda, hubiera estado sola.

Cuando llegaron mis compañeros de cuarto al departamento, me preguntaban si ya se habían ido mis padres. Las miré y me di cuenta de que estaban sus padres con ellas. Sus padres las llevaron a Costco para hacer compras y les ayudaron a organizar sus cuartos. Me di cuenta de que eso era normal. Me trataron muy bien y nunca me sentí mal de que no hubieran venido mis padres para dejarme en la universidad. Me sentía diferente y curiosa porque estaba aprendiendo como es la vida universitaria en los Estados Unidos. 

Por fin llegó el primer día de clases. Estaba muy emocionada para conocer nuevas personas. Pero después del primer día, ya me sentía fuera de lugar. De mis tres clases, incluso la clase Español 321, yo era la única persona que hablaba con un acento. Esto generó muchas preguntas y comentarios, como “el inglés no es tu idioma nativo, ¿verdad?”, “suenas diferente”, o “¿De dónde eres, exactamente?”.

Porque muchos de los misioneros quienes sirvieron en mi barrio de Texas venían de Utah, anticipaba demografía diferente de lo que hay en la frontera. Por eso estaba consciente que iba a un lugar que no parecía como si estuviera en México todavía. Sin embargo, no me preparé bien emocionalmente para ser la única persona morena en mis clases a menudo. Fue muy extraño sentirme como “la única” en el campus que era extranjera. 

Perla Escobar, right, poses with her mission companion Tayler Hancock, left, while serving in California on June 25, 2015. (Perla Escobar)

Con incertidumbre de nuevo 

Después de mi primer semestre, serví una misión en California. Cuando regresé a BYU, fui a la oficina de Servicios para los Estudiantes Internacionales para preguntar sobre algunas becas. Algunas universidades estaban dando becas para los estudiantes DACA y pensé que cumplía los requisitos para ellas. Anteriormente, era clasificada como estudiante internacional aunque había cumplido la secundaria y la preparatoria en los Estados Unidos. Por eso, pensé que esos mismos requisitos existían para calificar para las becas. Tristemente, un consejero me dijo porque actualmente no era una estudiante internacional y tampoco tenía una visa F1, no cumplía con lo requisitos para las becas. Entonces, fui a la oficina de Servicios para los Estudiantes Multiculturales. 

Otra vez, BYU me dijo que no tenía una manera de ayudarme financieramente, ni préstamos para estudiantes DACA. El consejero me dijo que podría acceder los préstamos de BYU que tenían para todos los estudiantes. Con este préstamo, tendría que pagar $20 cada semestre para poder pagar la matrícula al final del semestre en lugar del principio del semestre. 

Me sentía miserable porque nadie podía entenderme o ayudarme. Ya cinco años después, estoy agradecida que siempre he tenido un trabajo que me ha ayudado pagar mis préstamos de BYU. También estoy agradecida por los cambios pequeños que han ocurrido. Por ejemplo, pude participar en unas juntas confidenciales con estudiantes DACA e indocumentados en BYU durante mi tercer año en la escuela. Por primera vez me di cuenta que aunque nuestras dificultades sociales y emocionales eran dolorosas y nos limitaban muchas veces, no estábamos solos. Algunos administradores de BYU querían entendernos. Hasta los mismos administradores batallaban para proveer más recursos para nosotros. Hoy, los estudiantes DACA en BYU cumplen con los requisitos para un préstamo o una beca multicultural. 

Introspección: ¿Cómo ves tú a los demás? 

Algo que se veía inalcanzable debido a mi estatus legal por fin ocurrió: me gradué de la universidad en el 2019. 

Soy consciente que otras personas han tenido más dificultades que yo en recibir una educación. Por esta razón, doy gracias por las oportunidades que he tenido y reconozco la responsabilidad que tengo para compartir mi historia con los demás. Mi meta es educar a todos sobre las dificultades que las minorías en los Estados Unidos se enfrentan debido a sistemas gubernamentales que no funcionan. Espero que, al compartir mi historia, otros estudiantes que han pasado dificultades por su etnia y raza se sientan inspirados a compartir sus historias también. 

Ahora cuando las minorías estén batallando fuertemente contra el racismo en este país, todos tendremos el privilegio y obligación de contribuir en este cambio. Podemos educarnos, hacer una introspección acerca de cómo vemos a los demás y dejar de hacer comentarios y preguntas a los estudiantes de las minorías cómo: “Fue fácil que te acepten a la universidad”, y “¿Fue fácil recibir una beca?”, o “¿De dónde te transferiste?”. Crearemos un ambiente inclusivo y seguro cuando eliminemos discrepancias entre las enseñanzas del evangelio y los puntos de vista discriminatorios que posiblemente tengamos basado en el color de piel, nacionalidad y el de un inglés imperfecto.

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