Estudiante de BYU equilibra la vida dividida por la frontera

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Read in English: A personal look at immigration: BYU student balances a life split by the border

La editora principal del Daily Universe, Sydnee Gonzalez (derecho) y su esposo, Oscar Gonzalez Hernandez, toman un foto afuera de su apartamento en Villahermosa, Tabasco, México, en el 27 de Mayo. (Sydnee Gonzalez)

Nota del editor: Editor jefe del Daily Universe ha sido una estudiante a tiempo completo durante los últimos cuatro años. Ella recientemente viajó a México para estar con su esposo. Ella sigue liderando el equipo del Universe a distancia.

Después de dos años de matrimonio a larga distancia, pensaba que por fin se acabaría — pero entonces la pandemia llegó.

Mi esposo, Oscar Gonzalez Hernandez, y yo hemos estado viviendo separados desde que no casamos en mayo del 2018. Ahora estoy estudiando para una carrera en periodismo en BYU en Provo, Utah. Mientras tanto, mi esposo está esperando en México para su visa.

Nuestra historia no es muy típica, pero ni tampoco es vivir en una pandemia. Estoy aprendiendo que para superar las cosas difíciles, hay que tener paciencia, perspectiva y perseverancia.

No empezamos con una relación a larga distancia. Nos conocimos en el otoño del 2016 en una discoteca. Una cosa que se debe saber sobre mi esposo: él es un gran bailarín. Cuando estuvimos llegando a conocernos, estuve muy emocionada porque pensaba que tenía un amigo con quien pudiera bailar sin preocuparme con impresionarle.

No pensaba románticamente sobre él hasta que un noche en febrero cuando salimos para cenar y bailar. Ahora, cuando estoy escribiendo esto, este noche si suena como una cita pero en aquella momento solo quise un descanso de la cafetería dormitorio y él tenía un coche. Pero en aquella noche se encendió una bombilla y me hizo dar cuenta que nuestra relación era más que amistad.

Empezamos a salir durante las próximas meses, pero ninguno de nosotros tuvimos planes para quedar en Provo después del verano. él tuvo que regresar a Tabasco, México, para renovar su visa y yo me había registrado para una programa de enseñar inglés en Guanajuato, México. Íbamos estar en el mismo país pero estaríamos separados de 12 horas. No vimos una vez durante los cuatro meses de mi programa. Después no unimos en la Ciudad de México donde nos prometimos antes de volar a su ciudad natal de Villahermosa, Tabasco, para pasar la Navidad y el Año Nuevo.

En enero de 2018, él no pudo regresar a EE. UU. Tuvimos decidir si queríamos posponer nuestra matrimonio y solicitar una visa de prometidos o casarnos en México y solicitar una visa de cónyuge CR1.

Durante este tiempo de decisiones, recuerdo que uno de mis familiares me llamó. Me dijo que debía dejar mi prometido para solucionar sus papeles y después pudiéramos casarnos. Pero esta no fue la manera en que quise empezar mi matrimonio. Quise empezar lo por ser un equipo y apoyar el uno con el otro. Entonces después de algunos consultas gratuitas, decidí que la mejor opción era casarnos en México.

Termine con el semestre de invierno en BYU y me mudé a Tabasco tan pronto que pude. Pasé un mes allí en Tabasco antes que nos casamos.

Fue una día con un sabor agridulce. Por un lado, sentía feliz que por fin íbamos a casarnos. Pero en el otro lado, sentía como si tenía un agujero adentro por mis cuatro hermanos, mis amigos y mis familiares que no pudieron estar allí. Solo mi padres pudieron llegar.

Sentí como si estuviera asistiendo la boda de un extraño — conocía a casi nadie y nadie me conocía.

No pude evitar sentirme frustrada que nuestras planes originales para la boda no pudieran pasar.

Sydnee Gonzalez y su esposo, Oscar Gonzalez Hernandez, durante su primer baila como pareja en el 26 de mayo del 2018. (Lolita Hernandez Juárez)

Nuestra boda sería el primer de muchos eventos — como vacaciones y cumpleaños juntos o amigos y experiencias compartidas — que hemos perdido mientras hemos esperado por la visa CR1 de Oscar. La visa CR1 es el tipo de visa para esposos de ciudadanos de EE. UU. quienes han sido casados por menos de dos años.

El procesos usualmente dura 11 meses. Pero hemos aprendido que cada caso de inmigración es diferente y no todos experimentan el mismo duración del tiempo. Cuando se obtiene la visa, el inmigrante tiene que usarla para entrar EE. UU. dentro de seis meses. Después de 90 días en EE. UU., el inmigrante debe solicitar un green card, lo que cuesta $680 además de $1200 de honorarios del gobierno y cualquier pagos de abogado ya están hecho.

Estamos el último paso del proceso de la visa. Ya entregamos el fase final de papeleo y ahora estamos esperando para el embajada estadounidense en Ciudad Juárez, Chihuahua, asigna a Oscar una cita para su entrevista durante el cual un oficial va a probar se nuestra matrimonio es legítimo.

Desafortunadamente, todos los embajadas estadounidenses en México suspendieran toda la rutina consular y servicios del visado el 18 de marzo hasta el aviso adicional por culpa de la pandemia. Dicho de otra forma — estamos en el limbo.

Afortunadamente, ya aprendía como abrazar la incertidumbre durante los dos años que hemos estado casados pero viviendo separados. He vivido mi vida un semestre a la vez, sin saber dónde o con quién viviré el próximo semestre.

He encontrado algunos contratos raros mes a mes, he descubierto un complejo de viviendas desesperado para vender su último contrato a mitad del semestre y he comprado múltiples contratos de la gente que vende en Facebook. Esa es la lucha por tener la flexibilidad para moverme si se apruebe la visa de Oscar.

He mudado 11 veces durante los últimos dos años. A veces fue al U.S., otras veces a México, pero nunca en la misma casa o apartamento. He perfeccionado mi sistema de embalaje, de hecho, ya no rompo mis cajas de embalaje.

Las finanzas son otra cosa que se ha vuelto un poco más difícil debido al proceso de visa. Además de ayudarnos mutuamente de vez en cuando, Oscar y yo mantenemos nuestro dinero separado porque es más fácil de esa manera cuando vives en dos lugares diferentes y tienes dos costos de vida separados.

Pagar por la escuela y la cantidad de vuelos internacionales que necesito ver a Oscar (normalmente tengo que reservar dos o tres para llegar a donde está en México) es difícil trabajar a tiempo parcial como empleado estudiantil de BYU. Hasta hace poco, cuando la economía se recaía con la pandemia, también tenía un trabajo secundario editando artículos de forma remota que podía retroceder para poder ahorrar dinero para la matrícula y otros gastos si tuviera que viajar a México (donde desafortunadamente no tengo una visa de trabajo).

Definitivamente ha sido frustrante no poder planear mi vida más de unos meses de antemano, pero en el lado positivo, me hizo muy fácil aceptar lo desconocido de la pandemia.

Ahora estoy en México con Oscar. Compré un boleto de ida unas semanas después de que BYU movió todas las clases en línea y recomendó que los estudiantes regresan a casa. Todos los que saben que estoy aquí me han preguntado: “¿Cuándo vas a volver a los EE.UU.?”

En este momento, con tantos desconocidos en el mundo debido a COVID-19, honestamente no tengo ni idea.

Todavía me queden dos semestres de la escuela, pues si BYU tiene clases en el campus, estaré allí en Provo. He sacrificado mucho —entre las cuales una de las más importantes eran casi dos años de mi matrimonio — para llegar a este punto. No hay forma de que nada, ni siquiera una pandemia global, me impida graduarme.

Creo ahora casi todos nosotros no sabemos no va a ver la próxima semana, el próximo mes o aún el próximo año porque nuestras vidas han dado un vuelco total por el virus. Tal vez tus amistades no podrán asistir tu boda, o estás preocupado que no encontrarás un trabajo o triste por no ver tus amigo y familia. O quizás sientes miedo.

He pasado por todas estas situaciones durante los últimos años y la única cosa que me ha apoyada es recordar que nada puede durar para siempre. Tarde o temprano, tiempos mejores van a llegar.

Tenga en cuenta la opinión de alguien que ha aprendido a abrazar no tener un plan. Vamos a superar esto y seremos más fuertes después.

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