Una campaña virulenta que agrava la incertidumbre global

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Ivan Martinic watches the outcome of the U.S. presidential election in the Daily Universe newsroom. Martinic is a visiting journalist from Santiago, Chile, who is covering the election for the newspaper El Mercurio. (Ryan Turner)
Ivan Martinic watches the outcome of the U.S. presidential election in the Daily Universe newsroom. Martinic is a visiting journalist from Santiago, Chile, who is covering the election for the newspaper El Mercurio. (Ryan Turner)

Ivan Martinic is a journalist with the El Mercurio newspaper in Santiago, Chile. He and his wife, Myriam Ruiz, a member of the communications faculty at the Universidad del Desarrollo, are guests of the BYU School of Communications while they cover the U.S. presidential election. This column was written in Spanish. Automated translations into English may be unreliable.

La dura competencia que Hillary Clinton y Donald Trump libraron el último año por la Casa Blanca avergonzó a cientos de miles de estadounidenses, indignó a otros tantos mexicanos y, sobre todo, asombró a millones de personas en todo el mundo.

Aunque Estados Unidos es la primera potencia mundial y sus elecciones siempre han cautivado a la audiencia global, pocas veces se había llegado a extremos como los vistos en los últimos meses. Fue una campaña polarizada, sucia y centrada en las debilidades de los candidatos, más que en sus propuestas y fortalezas. Vimos bastante sobre lo peor de ambos y poco acerca de qué aportarán a un mundo en el que podrían influir poderosamente. El explosivo e impredecible comportamiento de Trump y los deslices informáticos de Clinton contribuyeron, además, a que la cobertura de la prensa internacional fuese aún mayor.

También hay heridas internas que no han cicatrizado. La candidatura de Trump resquebrajó al Partido Republicano, que ahora enfrenta el desafío de volver a cohesionarse bajo un nuevo liderazgo o abrir espacios a quienes desoyeron la nominación oficial. Y aunque en el Partido Demócrata las cosas parecen más tranquilas por el decidido apoyo que el Presidente Obama entregó a Clinton, los cuestionamientos de Bernie Sanders y el apoyo que estos lograron aún resuenan en los oídos de muchos.

Ante este incierto panorama, anoche muchos comenzaban a preguntarse qué pasará ahora. ¿Es la última campaña estadounidense un anticipo de lo que sucederá en otros países? ¿La polarización, la intolerancia y las descalificaciones seguirán ganando terreno en desmedro del diálogo y la búsqueda de acuerdos que debiesen caracterizan a las democracias?

Las señales globales, al menos, son preocupantes. El Reino Unido prefirió abandonar la Unión Europea y ahora parece arrepentido. España acaba de salir de un atolladero político que la tuvo durante meses sin gobierno electo. Brasil destituyó a su Presidenta en medio de un escándalo de corrupción. Argentina está severamente dividida luego de una década de kirchnerismo. Venezuela vive una crisis de sordos sin salida visible. Colombia votó contra un acuerdo de paz con la guerrilla. La inmigración y los refugiados mantienen en jaque a Europa. Siria continúa despedazándose. La brutalidad del Estado Islámico sigue castigando a inocentes.

El nuevo Presidente de Estados Unidos tiene una urgente lista de tareas, y no solo en su país. La debilidad de su liderazgo interno, sin embargo, no abre demasiadas expectativas sobre lo que pueda lograr fuera de sus fronteras. La atención mundial que concitó la campaña no parece tener coherencia con lo que el nuevo gobernante podrá realmente hacer en el ámbito internacional.

Se avecina, entonces, una era compleja e incierta. Prolífica en disputas, tensiones e imposiciones incondicionales. Huérfana de diálogo, concesiones y acuerdos. Una era en la que los problemas globales como la inmigración, el terrorismo, el estancamiento económico y la disponibilidad de agua seguirán vigentes. Una era en la que nadie hará que el mundo sea grande nuevamente. Una era en la que nadie estará con quienes más lo necesitan.

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